Nikkei trabajando, no molestar


“Ellos afirman que han estado aquí desde siempre. Los científicos saben que han habitado Australia desde hace 50.000 años, como mínimo. Es realmente asombroso que después de 50.000 años no hayan destruido bosques ni contaminado aguas, que no hayan puesto en peligro ninguna especie ni creado polución, y que al mismo tiempo hayan recibido comida abundante y cobijo. Han reído mucho y llorado poco. Tienen una vida larga, productiva y saludable, y la abandonan confortados espiritualmente”.

Marlo Morgan



        Pedalear por el sur de Paraguay, precisamente por el departamento de Itapuá, deja a la vista el arrasamiento humano casi completo del monte tropical que se ha producido para el cultivo y la ganadería, entre otras cosas. De la selva misionera no han dejado ni registro en el libro de quejas, más que alguna arboleda para ocultar y dar sombra a una casa de campo. Son montes ralos y de color verde soja, con una eterna pendiente de cancha de golf.
        Algunos campos de tan cultivados que están, no tienen tranquera y mucho menos un camino de acceso. Se deja ver la huella doble sobre el mismo cultivo para la circulación del vehículo del patrón, o del empleado en la camioneta del patrón, porque a los peones sólo les alcanza para la cerveza en lata y una bicicleta del siglo anterior, cuando tienen suerte.

        La provincia de Misiones (Argentina) después de todo, pese a haber sido ya desmontada en más de un tercio de su superficie original, es la región, en comparación con el sur paraguayo y brasilero, que mayor conserva y protege la flora y la fauna nativa. Estadísticamente hablando.
       En el sur de Paraguay, en la ruta de los graneros, se encuentran pequeños pueblos con monumentales mansiones y camionetas del tamaño de un yate, entreverados con humildes viviendas de madera elaboradas con madera local o ladrillo cocido. El contraste económico es en muchos casos abismal. Algo de no creer.
       Colonias japonesas, ucranianas, alemanas, y polacas se han establecido en estas latitudes a mediados del siglo XX durante el periodo de la segunda guerra mundial, cuando Paraguay abrió sus puertas de par en par a los países devastados por la guerra. Hasta 1936 la Ley de inmigración prohibía el ingreso de la “raza amarilla” al territorio nacional, por la considerada amenaza comunista. En 1941, durante el proceso de la guerra, les prohibieron el ingreso a italianos y alemanes por no afeitarse el bigote fascista de sus culturas totalitarias.
        Parece que desde aquellos años los inmigrantes europeos y orientales no se han mezclado ni media cucharada con la población autóctona, conservando cada colonia su color de origen. Como si se fueran a infectar el apellido o sus genes.

Iglesia ucraniana


        Los pueblos son relativamente jóvenes en cuanto a su fundación, tirando en su mayoría a duras penas unos cincuenta pirulos de vida, pero conservan aún una marcada brecha entre sus culturas. En el pueblo de La Paz, por ejemplo, los japo-paraguayos, tan bien llamados “nikkeis” son la mitad de sus habitantes,  y poseen un cementerio propio con placas e inscripciones escritas en su lengua; tiendas con productos comestibles importados sin detalle en español y un predio elaborado con capital de la nación nipona que funciona como polideportivo y centro cultural.   
           Por las calles de piedra caminan señoras hablando en japonés y jovencitos riendo en lengua guaraní. Se miran pero no se tocan. Según comentan algunos vecinos entre ellos no se mezclan, debido entre otras cosas a que los paraguayos son los peones del campo y los empleados, y los de ojos entrecerrados, los propietarios. El racismo como verán, genera distancias fundamentadas en el absurdo de la creencia en que algo es superior a otra cosa. Por lo cual continúan riendo entre murmullos inaudibles las cucarachas y las hormigas.
          

Cementerio Nikkei


             La colonia Nikkei recibe una importante ayuda económica del gobierno japonés por el constante vínculo comercial que han mantenido a lo largo del tiempo y por que preservan sus valores culturales, prácticas cotidianas y el uso de la lengua japonesa. Gracias a tal billetín han conseguido salir adelante de forma grupal, incrementando su economía cada año.
En esta colonia japonesa además del cooperativismo comercial que han establecido sus inmigrantes y sus descendientes en diferentes inversiones y empresas, también se observa el uso comunal de los baldíos y los jardines particulares para el cultivo de huertas y flores ornamentales. Es notable que aprovechen hasta el último centímetro cuadrado de tierra y cada minuto de su tiempo de ocio para producir algo. Quedando en  comparación los habitantes nativos como los vagos de la película.
Y eso ya es un clásico dentro de una visión materialista, resultando, el que trabaja en exceso, ser el héroe del progreso y no un sumiso al patrón de vida establecido o un codicioso, que nunca tiene suficiente dinero en la billetera para sentarse y disfrutar la vida cinco minutos bajo la sombra de un lapacho. Y el indio o mestizo finaliza siendo el atorrante que vive del aire y disfruta extensas horas de tereré junto a su familia en vez de podar flores.
Que cada cual elija en que invertir su tiempo y no jodamos al resto. Porque si aún persistieran los alcaldes jesuitas continuarían repartiendo vara a quién contempla la vida con otros ojos, y con cada golpe no harían más que trasmitir violencia, estrés y envidia al oprimido por no saber cómo hacer para calmar un instante la mente y refugiarse en la calma de quién no precisa hacer nada y aún así se siente completo.



        Si bien el tiempo ha transcurrido desde el nomadismo milenario guaraní en contacto directo y equilibrado con la naturaleza, pasando por las reducciones jesuitas pseudo esclavistas, hasta las actuales colonias de la pos guerra, no hemos ido en progreso humano sino mas bien en un camino a contramano, netamente económico, actuando con un respeto disfrazado hacia los seres de otro color y brindando ínfima importancia a nuestro propio hogar. Porque como anunciaron en su profecía los indios Cree: “Cuando se haya talado el último árbol, cuando se haya envenenado el último río, y se haya pescado el último pez; sólo entonces descubrirán que el dinero no se puede comer”.

         De todas las formas, interpretaciones y visiones de la misma cosa, a la cuál llamamos vida, parece ser que elegimos la que carece de sentido, porque anular la abundancia que proporciona la Tierra desde tiempos inmemoriales es condenar a la desgracia a nuestros propios hijos. Y ciertamente no hay mayor desidia que ser responsables de eliminar a nuestra propia especie y sentarnos a observar sin mover un pelo como se incendia nuestro futuro.

Antes era selva


         Ser conscientes de tal realidad, debería de ponernos en acción, sin focalizarnos en lo que hace “el otro”, sino en aquello que nosotros mismos  somos  capaces de hacer, bajo la  actividad o estilo de vida en el cual nos sintamos más cómodos para llevar a cabo un equilibrio evolutivo.

        El cambio nace en uno. Y cada actividad consciente por más pequeña que sea, es un aporte a la gran Unidad.

P.D: Señores nikkeis no se ofendan, cultivar huertas en lo personal, considero que es una de las mayores revoluciones humanas.

Hippies junto al señor Hiroaki Motomori

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