Guara – Ny
(Vocablo de la comunidad AVÁ que en español
significa: ATÁQUENLOS. Con el tiempo al ser escuchado reiteradas veces por el
invasor durante el combate, comenzarían a llamarlos así)
Los truenos sonaban como
el repique de murga candombera en plena convulsión comunal, relampagueando en
el cielo con esas luces flash de boliche cheto que te marean y te obligan a
caminar zigzagueando con pasos de rayuela.
El tinglado de
chapa con estructura de hierro era la antena pararrayos perfecta para que
estalle una bomba eléctrica sobre nuestras cabezas y nos funda con el cemento
húmedo sin baldosas, en el anonimato de ese pueblo paraguayo que fue dominado
por los jesuitas algunas generaciones atrás.
La carpa de plástico
antibalas no se mojaba por obra y gracia del techo, sin embargo los rayos
dibujaban serpientes blancas en el cielo nocturno acompañados del sonido a
ametralladora, aturdiéndonos de forma insoportable. Uno tras otro aterrizaban
los rayos sobre los campos sojeros de Jesús de Tavarangüe fertilizando la
tierra con electricidad.
De todas las tormentas
vividas a lo largo de mis veintiocho años de vida esa era la peor, o quizás en
la que escuche más truenos cercanos y me agarró con menos protección que Noé si
hubiera construido su arca estando empachado de fernet.
Era el apocalipsis
tropical cayendo sobre las hendijas corporales en forma de diluvio universal.
¿Quién me mandó a morir
en Paraguay?
¿Quién podría identificar
las cenizas de nuestros cuerpos si un rayo nos partiera la cabeza como si fuera
un melón?
A quejarse a la
comisaría, a llorar al programa de Moria, a ladrar a la perrera antes de ingresar
a la cámara de gas. Eso nos pasa por no descifrar los colores del cielo, y
sobre todo por no calmar esa fastidiosa curiosidad de querer conocer los muros
muertos de piedra que los Jesuitas mandaron a levantar a los Guaraníes en el
año 1685 en Jesús de Tavarangüe, para rezar acariciando las bolitas del rosario
en privado y sentir el poder de quién escupe discursos y sermones sobre un
altar, un escenario o cualquier otra plataforma que los ubique por encima del
resto de los mortales.
De piedra eran las
iglesias, los depósitos, las estatuillas de los santos, los cercos y hasta la
comida. Los sacerdotes de la Orden de la Compañía de Jesús implantaron en las
comunidades guaraníes, a partir del siglo XVII, los cimientos del mundo lítico,
el pudor de la desnudez, la interminable jornada laboral, la propiedad en manos
de una minoría, la religión y tantas otras pestes y vicios, que los dominados
prefirieron tragar a cambio de su protección, antes que soportar la agresión de
los hacendados españoles, los bandeirantes portugueses y las comunidades guerreras
locales.
Algunos resistieron a
punta de arco y flecha, pereciendo en combate a corto plazo, mientras que otros
agacharon la cabeza para alargar un poco más su existencia.
Entonces aprendieron a la
fuerza, las costumbres traídas de la Vieja Europa pos feudal y se convirtieron en
lacayos a la orden de los sacerdotes, todos vestiditos con trapos de color
blanco, representando la pureza y la inocencia que ya para esa altura nadie
conservaba.
Cultivaron y criaron
ganado en cantidades que jamás habían visto, ya que antes trabajaban para
vivir, y no vivían para trabajar. El excedente de maíz, mandioca, trigo,
algodón, cuero y carne viajaba a conocer tierras europeas para alimentar panzas
oligarcas o se trocaba con las diferentes Órdenes de la actual provincia de
Córdoba, Bolivia, Brasil y Uruguay.
Estos sitios, además de
ser controlados por dos o tres sacerdotes católicos, poseían una turma de
burócratas y administradores holgazanes que tampoco derramaban una gota de
sudor sobre la tierra pero que disfrutaban mucho ver a los indios carpiendo y
sembrando los montes seis días a la semana. Estos eran los corregidores
(autoridad máxima del pueblo); alcaldes, que se encargaban de castigar a los
vagabundos y a los que no cumplían con su deber con una vara; veedoras que
vigilaban a las mujeres; celadores que vigilaban a los niños; inspectoras de
niñas, y además alguaciles, comisarios, contadores, fiscales, escribanos,
almaceneros y mayordomos. Todo un sindicato de vigilantes al servicio de un
dios dictador, que disfrutaba de escuchar las melodías del barroco jesuítico
interpretado por “las fieras salvajes domadas” con arpa y violín.
A los niños los
adoctrinaban desde temprana edad, en general de seis a doce años,
instruyéndolos en lengua castellana, catequesis y diferentes oficios
artesanales. Una vez cumplida la edad de formación escolar pasaban a trabajar a
los campos con las mentes ya aculturalizadas.
Las mujeres solteras y
viudas, y los huérfanos, se alojaban en una casa comunal dentro del monasterio
para ser tratados de forma especial por parte del sacerdocio teóricamente
casto. Allí poseían agua corriente y servicios sanitarios. Toda una novedad
para la época y la región. El resto del campesinado guaraní habitaba en viviendas
extensas de madera donde ingresaban varias familias del mismo linaje, como era
su antigua costumbre, hasta el día de su prohibición por ser declaradas “conflictivas
y peligrosas”. Entonces los organizaron como a los gobernadores se les antojó,
desintegrando otro rasgo ancestral de su cultura.
La convivencia de ambos
mundos duró un poco más de un siglo, exactamente hasta el año 1767 cuando se
dio el cambio de intereses de la corona española con las reformas borbónicas,
donde fueron despojados los jesuitas de sus privilegios y de sus servicios,
quedando como testigo del sincretismo social, tanto los muros de piedra como la
selva.
Si bien llevo algunas
décadas desestructurar semejante organización, los guaraníes buscaron refugio
en las actuales provincias del litoral argentino y en los campos de Uruguay, participando en muchas oportunidades
como soldados en conflictos de criollos. Estaban en libertad pero ya no tenían
tierras donde habitar. Se la rebuscaron como pudieron. Algunos se asentaron en las márgenes de las ciudades y
aprovecharon sus conocimientos en diferentes oficios, intentando adaptarse a la
idiosincrasia colonial.
De esa forma continuó la
pérdida de valores, tierra y unión del pueblo guaraní, y aún hoy permanece vagando
en busca del sustento, ya lejos de encontrar la Tierra sin Mal.
Pueblo grande y nómade.
Se sabe que a la llegada de los españoles era más numeroso que el propio
imperio incaico. En la actualidad cuenta con una elevada tasa de suicidios
(sobre todo en Brasil) y sobrevive en condiciones de hacinamiento entre
cultivos foráneos contaminados de agrotóxicos o dentro de las grandes urbes,
habiendo perdido ya la mayor parte de sus costumbres ancestrales.
Hoy en día, aún
sobreviven los vestigios de los treinta Pueblos – Estado Jesuita-Guaraníes entre
Argentina, Paraguay y Brasil, siendo Trinidad y Jesús de Tavarangüe los más
grandes y mejores conservados de la región paraguaya.
A los jesuitas les había
garuado finito, y a nosotros también. La tormenta eléctrica amenazaba con
romper el caparazón del cielo con su espada metálica de alto voltaje,
obedeciendo el mandato de Thor. Pero no le dio el cuero al hombre musculoso, y
al pasar las horas se fue apaciguando.
Amaneció el sol con
pereza y resaca de carnaval, entonces con más ojeras que una anciana de ciento
veintiocho años, aprovechamos la mañana para visitar las ruinas. Durante largas
horas caminamos entretenidos y asombrados entre senderos, edificaciones y
esculturas con cientos de años de antigüedad, pegando el oído a las
explicaciones y comentarios en inglés y español de los guías contratados en su
mayoría por turistas extranjeros.
Era increíble la cantidad
de horas dedicadas a cortar y pulir cada piedra, para que encastre a modo de rompecabezas
en paredes de hasta ocho metros de altura.
Un museo con reliquias
del sitio también sirvió de ayuda para armar la maqueta mental del modo de vida
y la tecnología rudimentaria utilizada por aquella gente. Jesús de Tavarangüe
conserva en su alacena, cientos de años de historia listos para ser servidos en
la mesa del visitante en el plato de la sociología colonial. Son las ruinas de
un proyecto de integración indígena pseudo esclavista que pudo haber concluido
en otra cosa, pero que nunca fue. El
chiste que las hormigas y las cucarachas
se cuentan entre ellas de forma telepática, burlándose de toda una
especie que actúa como si fuera superior y que perece revolcada entre el
excremento de su propia soberbia; porque ni las hormigas ni las cucarachas
precisan herramientas para facilitar sus labores ni acumular bienes materiales;
porque no tienen el ansia de ver las cosas concluidas antes de tiempo; porque
ahí donde vemos mugre ellas ven alimento; porque sobreviven y se reponen a
todas las tempestades sin cuestionar la existencia de dios y se hacen cargo de
aquello que ellas mismas provocan sin derramar una lágrima ante los pies de
ningún santo.
Concluida la visita al
pasado, regresamos al presente del pueblo. Resulta que la plaza principal, a
tan sólo un kilómetro de las ruinas, estaba invadida por una horda de
integrantes del partido Colorado, con monumentales parlantes musicalizando el
espacio público. Eran días previos a las elecciones para alcalde municipal.
Cerveza helada y unos cincuenta mil guaraníes (moneda oficial) eran la oferta
del partido político para incentivar el voto del pueblo a su favor. Parecía una
exageración o el chamuyo de algún fanfarrón, pero no, así funciona la campaña
política en Paraguay.
El pueblo estaba de
fiesta, skabio gratis Papá. En Latinoamérica la corrupción es como el
reggaetón, está de moda y pega fuerte. Perrean los ciudadanos de espalda a los
políticos y los empresarios mientras estos toman excitados vino blanco
importado en restaurantes de lujo.
Alumnos, ¿alguien sabe
quién es el actual presidente de Paraguay? …Cri cri, cri cri. Así de informados
nos tienen los medios de comunicación. Obama, Trump, Bush hijo, Bush padre,
Clinton, Roosevelt, Lincoln, Reagan, Nixon, Franklin y puedo seguir escribiendo
los apellidos de los presidentes norteamericanos que memorice mirando cientos
de películas de su industria en el cable, pero no consigo ver una de Guatemala,
no sé de qué se vive en Honduras y me creí el verso de niño, al ser educado en
una escuela, que la colonización era digna de un festejo por haber arrancado la
brutalidad a la gente que habitaba estas tierras, cuando brutos bien sabemos, fueron
los que vinieron de Europa.
Mal informados,
desinformados, malformados y engañados. Lo que ayer se llamaba tributo, hoy le
decimos impuesto y todo lo humanamente modificado tiene precio y dueño que el
Señor Mercado regula según sus voraces intereses particulares.
Si vas al maxi kiosko a
comprar una bolsa de palitos de la selva para la criatura o una cajita de vino
termidor para desatorar el guiso de pata muslo que cocinaste con tu billetera
de clase media, acompañado al precio “real” del producto, por así decirlo,
también te estarán cobrando el I.V.A, el V.E.N.I.A y el P.O.R.S.I.L.A.S.D.U.D.A.S.
Toda una sarta de impuestos que el Estado precisa para financiar las obras
públicas que nunca va a construir, o que una vez realizadas no va a invertir un
sope en su mantenimiento, y continuaremos viviendo en un País museo.
Esto ocurre desde el
momento que comenzamos a creer en la necesidad de crear una jerarquía social
piramidal para organizarnos. Cuando en verdad es tan sólo “un” estilo de vida,
uno sólo, que pese a que falla para la mayoría de sus ciudadanos, nos
sugestionan a través de los medios de incomunicación y el arte prefabricado de
cotillón para que lo aceptemos como si fuera lo mejor. ¿Y cómo se logra? Entre
tantos métodos ocultando información y fomentando la competencia y la ignorancia,
para que el pueblo como resultado ame al opresor y odie al oprimido, como
afirmó Malcolm X el siglo pasado.
Cayo el imperio romano,
el griego, el egipcio, Jenjis Khan y los mongoles, la Francia de Napoleón, la
Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, el comunismo de Mao, los incas y
tantos otros proyectos expansionistas, que parecemos unos incrédulos o unos
boludos mejor dicho, al estar hoy en día
bajo el zapato del actual capitalismo norteamericano sosteniendo pantallitas
virtuales que cuestan una fortuna y tienen menos resistencia que un copa de
vidrio para servir champaña. Úselo y
tírelo, que la industria mañana fabrica otro a su imagen y semejanza.
En Paraguay menos de un
tercio de su población tiene acceso a la salud púbica, por lo cual parir un
hijo u operarse un riñón puede dejar en bancarrota al paciente.
De cada 100 niños que
comienzan el 1er grado de la primaria, solamente 30 llegan a la secundaria.
Paraguay es el cuarto
exportador de soja del mundo y uno de los países más pobres de Sudamérica. En
el año 2008 el 42% de su población estaba por debajo de la línea de la pobreza.
Paraguay es el cuarto
productor mundial de energía eléctrica y donde más caro se paga la luz en el
cono sur.
Paraguay todavía sangra
la guerra del Chaco y la vergonzosa guerra de la Triple Alianza, donde perecieron
el noventa por ciento de los hombres mayores a los diez años. Cabe resaltar que
ese dato colmó de alegría al presidente argentino que gobernaba en aquel
entonces, ya que habían cumplido con su misión. Hoy ese individuo esta posando
con cara de foto carnet en el billete de dos pesos. El billete es azul en honor
al color de su corazón de hielo.
Nosotros zafamos la noche
anterior de la lluvia, sin embargo este país vive en el epicentro de un tornado
todos los días, soportando el carozo y atragantándose con la pelusa. Por tal
motivo, quien puede y se atreve, cruza el límite fronterizo buscando una mejor
calidad de vida en un país vecino, y a laburar de lo que venga, porque al ser
el conocimiento universitario un bien privado, los paraguayos tienen menos
título que mural callejero.
Mientras la gente rifaba
su suerte y emborrachaba el futuro del pueblo, nosotros desplegamos los dos
paños de artesanías en el medio del sabalaje humano, y los curiosos fueron
llegando para cascotearnos de preguntas. Salieron las ventas, y dio para
cocinar la cena en la hornalla portátil y eléctrica que un vecino nos prestó.
El cielo ya estaba despejado y sin lagañas, por lo que no corríamos nuevamente
el riesgo de morir por el impacto de un rayo. Era tiempo de reposar el
esqueleto calcificado dentro del saco de dormir a modo de sarcófago y soñar con
tiempos lejanos, donde la gente andaba en bolas por la vida y no había
propiedades que alquilar, porque nada tenía dueño, y las cosas eran simplemente
del que las confeccionaba o las ocupaba. No había meses ni calendarios,
relojes, abogados, ni estados que desregularicen lo que deberían regularizar,
ni prohibir lo que debería ser legal, ni políticos haciéndose los simpáticos
esperando a que la gente les dé cabida, para clavarles en la primer distracción
el cuchillo de la corrupción en la yugular. Y al despertar abra que desertar
del apocalipsis social como hicieron los bisabuelos tanos y españoles en el
siglo XX, para no ser un engranaje más de la mini pimer gubernamental que todo
tritura queriendo saciar las ganas de tomarse un licuado con las mejores
bananas del mundo. Porque tampoco hay que olvidar que esos bisabuelos europeos
además de su ropa interior trajeron entre sus pertenencias, ideales anarquistas
y socialistas, y una carta de rechazo a sus naciones al no cumplir con sus
deberes de ser la carne de cañón en la guerra. Y finalizaron siendo muchos de ellos,
el costal de cosecheros que al trabajar en las tierras americanas contribuyeron
a alimentar las bocas de su continente de procedencia que reventaba en mil
pedazos una vez más.
Y yo me sigo preguntando,
Paraguay, ¿a vos hoy en día que loco te gobierna?
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