Quién es dueño de la tierra?

¿Por qué la gente no construye su propio hogar?

¿Cuántas veces la clase media va a estar boyando de alquiler en alquiler?

¿Por qué estar hacinados entre supermercados y avenidas embellecidas con arboles podados y enfermos?

¿Quiénes pueden comprar un pedazo de tierra con acceso a servicios?

¿No es acaso esta, una gigantesca problemática invisible que nos atraviesa como pueblo?

¿En que cajón quedo olvidado el derecho a la vivienda digna que tanto reza la constitución?


  Somos la generación de la comunicación instantánea y la marginalidad territorial. Sembramos industrias, producimos alimento en abundancia, y continúan muriendo personas de hambre. El mundo se polariza económicamente a grandes rasgos, y la migración rural-urbana ha llegado al punto de crear megalópolis que están destinadas a no garantizar un estado de bienestar general.

  No podemos acceder legalmente a la tierra, porque su valor es cada día mas elevado, y los salarios son cada vez más flacos. Entonces debemos actuar utilizando otros principios, debemos legitimar nuestros derechos ocupando un lugar en el mundo, porque nos pertenece, como miembros inexorables de esta nave planetaria.

  Es la convicción y la consecuente acción, aquello que produce el cambio. Tomar un terreno baldío y/o fiscal, en un sitio apartado (y no dentro de una ciudad, porque sería repetir el modelo), es sin dudas, un brote de esperanza entre tanta incertidumbre e injusticia. Y eso no es arrebatarle algo a alguien, como en el caso de la colonización o la expansión de la Argentina, sino ocupar un sitio que no pertenece a nadie. Ese es el inicio de un largo camino de aprendizaje y recopilación de memoria ancestral, donde el individualismo puede continuar siendo el vecino de la comunidad. Porque esperar políticas de organización territorial sentados en el banco suplente, no nos lleva a ningún lado.

 El momento es ahora, el verdadero cambio es de mentalidad. Podemos acceder a la tierra, disfrutarla, construir viviendas que se adapten al entorno, haciéndolas en gran medida utilizando materiales circundantes y reciclados, producir alimentos, abastecernos de electricidad con paneles solares, conservar el agua de lluvia, plantar frutales, tener una vida de sol, aire libre y lazos humanos reales.

  Llegar a estas conclusiones y determinación, me llevó algunos miles de kilómetros, y convivencias, a lo largo de varios países sudamericanos y sus diversas culturas. No estamos en la época del feudalismo, pero muchas cosas, de todas formas son de carácter similar. 
  En América Latina y el Caribe, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la población rural asciende a los 121 millones de personas, lo que corresponde al 20% de la población. Las mujeres, representando la mitad, son propietarias tan solo del 2% de la tierra. En Argentina hay conformados actualmente más de cuatro mil barrios populares, como consecuencia de esta situación. Y no son de hecho actos llevados a cabo solo por gente económicamente pobre, sino incluso por profesionales o familias con empleo. Porque el abismo social es tan grande que muchas personas toman la iniciativa de la auto-construcción, reconociendo que la toma es una forma de hacer justicia.




La lucha del ser humano es y ha sido siempre la misma, la tenencia de la tierra y la posesión de sus recursos. Y ya es hora de dejar de luchar, en este planeta hay espacio y alimento de sobra para todos, es tiempo de reconciliarnos, empoderarnos y construir, más allá de los barrotes del egoísmo. Y quién no avale dichas determinaciones, que sea libre de crear su propia iniciativa.

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